Javier Milei y los discursos de «incivilidad»: cómo el estilo presidencial erosiona el diálogo democrático

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En un contexto político marcado por la confrontación, los discursos presidenciales de Javier Milei han sido objeto de un análisis académico que pone sobre la mesa un problema central: el impacto de la «incivilidad discursiva» en la salud democrática.

El estudio, titulado «Discursos de incivilidad: cómo perjudican a las democracias latinoamericanas», elaborado por Patricia Nigro y Mario Riorda -referentes en comunicación política-, señala que el estilo comunicativo de Milei se caracteriza por negar o deslegitimar la identidad política de sus opositores, excluyéndolos de la comunidad ciudadana. Este fenómeno, que excede la polarización habitual, se traduce en ataques verbales, estigmatización y hostilidad tanto hacia adversarios políticos como hacia la prensa.

Patricia Nigro & Mario Riorda, autores de: «Discursos de incivilidad: cómo perjudican a las democracias latinoamericanas»

La incivilidad como estrategia de poder

La investigación, que forma parte de un trabajo comparativo regional, revela que cerca del 40% de los propios simpatizantes de Milei rechazan su estilo discursivo. Entre sus principales características se destacan:

Esto no les gusta a los autoritarios

El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.

  • Deslegitimación del adversario: convertir al opositor en enemigo de la patria.
  • Concentración del poder: minimizar contrapesos institucionales y centralizar decisiones.
  • Confusión entre discurso de campaña y comunicación de gobierno: mantener un tono electoral permanente, incluso en funciones.
  • Apelación a valores tradicionales y nacionalistas: reforzar una narrativa de “salvador” frente a amenazas internas o externas.
  • Componente prescriptivo: imponer un marco ideológico como única verdad posible.

En los discursos más emblemáticos -desde el Foro de Davos hasta la apertura de sesiones en el Congreso-, estos patrones se repiten con una frecuencia que, según los investigadores, consolida un clima de excepcionalidad y justifica la exclusión del disenso.

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La “resistencia” a normalizar la hostilidad

Uno de los hallazgos más significativos del estudio es que no hay un acostumbramiento social a la agresión política. Tanto opositores como buena parte de los simpatizantes de Milei consideran que el tono hostil daña la convivencia democrática.

  • El 45% de sus votantes cree que este estilo refuerza el autoritarismo.

  • Más de un 50% considera que afecta la calidad del debate público.

  • La totalidad de la oposición rechaza la retórica presidencial.

Estos datos reflejan que, aún en un electorado que avala la figura presidencial, hay límites claros para aceptar la violencia verbal como estrategia legítima.

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Los discursos de incivilidad, advierte la investigación, no solo polarizan, sino que erosionan el tejido institucional. Cuando un Presidente -de cualquier ideología- presenta su visión como la única verdad y excluye a quienes piensan distinto, debilita los consensos básicos que sostienen la vida democrática.

En un país donde la mayoría aún valora la cortesía política y el respeto como normas de convivencia, el uso sistemático de la hostilidad puede derivar en una degradación lenta pero profunda del espacio público, habilitando a otros actores a replicar o escalar la violencia.

Más allá de las preferencias políticas, este estudio nos obliga a preguntarnos: ¿Qué tipo de democracia queremos? Aceptar como normal la incivilidad en la palabra pública significa aceptar también su traducción en actos, en la calle, en las redes y en las instituciones. La democracia argentina -robusta en su defensa ciudadana- necesita un debate plural y respetuoso, incluso entre adversarios.

Porque no hay transformación posible cuando el diálogo se reemplaza por la descalificación, y no hay libertad que se sostenga sobre el silencio de quienes piensan distinto.

GD/MU

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