Hace más de dos décadas, un descubrimiento frente a las costas de Cuba abrió la puerta a una de las hipótesis más desafiantes de la arqueología marina: la posible existencia de una ciudad sumergida que podría anteceder a las pirámides de Egipto.
Todo comenzó en 2001, cuando los ingenieros marinos Paulina Zelitsky y Paul Weinzweig registraron, con tecnología de sonar, mapas submarinos que revelaban formaciones geométricas inusuales bajo las aguas del occidente cubano, cerca de la península de Guanahacabibes.
Las estructuras detectadas, que abarcaban unos 2 kilómetros cuadrados, mostraban patrones organizados que incluían bloques lisos, formas piramidales y trazos que recordaban calles.
Una hipótesis que pondría en jaque la historia conocida
Los investigadores sugirieron que estas formaciones podrían tener más de 6000 años de antigüedad. Eso las haría anteriores en unos 1500 años a las pirámides egipcias y cuestionaría el relato aceptado sobre el desarrollo de las civilizaciones humanas.
| Redacción
La hipótesis implicaba que sociedades antiguas en el Caribe habrían alcanzado un nivel de organización arquitectónica avanzada mucho antes de lo que se creía.
Zelitsky aclaró desde el inicio que sería irresponsable confirmar que se trataba de una ciudad sin estudios más profundos. A pesar del potencial del hallazgo, no hubo investigaciones sostenidas después de 2005.
La oceanógrafa Sylvia Earle reveló que una misión científica planeada fue cancelada por falta de fondos, lo que dejó al descubrimiento en una zona gris entre la ciencia y la especulación.
Críticas, dudas y el factor Atlántida
El geólogo cubano Manuel Iturralde-Vinent, entonces parte del Museo de Historia Natural de Cuba, declaró que las estructuras eran “extremadamente peculiares”, pero difíciles de explicar desde la geología.
A su vez, explicó que para que un asentamiento humano quedara sumergido a 650 metros de profundidad, debió haber estado en la superficie hace al menos 50.000 años. Esa fecha excede cualquier registro conocido de sociedades complejas.
Michael Faught, de la Universidad Estatal de Florida, también mostró escepticismo. Según su análisis, las profundidades y características del lugar contradecían lo que se sabía sobre el poblamiento del Nuevo Mundo en esa época.
Otros científicos señalaron que las formaciones podrían ser naturales y que, incluso si un terremoto hubiera provocado el hundimiento, sería improbable que las estructuras conservaran un patrón tan definido.
A pesar del escepticismo académico, muchos usuarios en redes sociales reactivaron el debate, vinculando el hallazgo con leyendas como la Atlántida. Las teorías conspirativas sobre una “verdad oculta” también circularon, argumentando que los poderes científicos desestimaron el caso para no alterar narrativas históricas establecidas.
El misterio continúa bajo las aguas
Desde entonces, ninguna expedición científica volvió a estudiar el sitio con equipos avanzados, muestras físicas o dataciones concretas. La falta de evidencia dejó el asunto en suspenso, oscilando entre fascinación e incertidumbre.
El caso recuerda al del Monumento de Yonaguni, en Japón, otro sitio submarino que divide opiniones entre quienes creen ver arquitectura humana y quienes argumentan formaciones naturales.
Iturralde lo resumió con una frase que sigue vigente: “Lo que parece humano no necesariamente es humano”.
Mientras no haya pruebas concluyentes, el misterio de las estructuras sumergidas en Cuba continuará siendo un enigma cautivante para científicos y soñadores por igual.