Javier Milei, hace apenas unos años, era un ignoto economista mediático, conocido por su histrionismo, su estilo provocador y su devoción por el anarco-capitalismo. Trabajaba como asesor económico en un grupo empresario cuando, según cuentan, una entrevista con Alejandro Fantino lo catapultó al prime time. Desde entonces, se convirtió en una figura mediática omnipresente. Su verborragia, sus insultos, sus referencias a teorías económicas impracticables para el común de la gente y sus peleas teatrales con todo aquel que lo desafiara, lo transformaron en un personaje. Y ese personaje, contra todo pronóstico, terminó habitando la Casa Rosada.
No lo vio venir la clase política que, con desdén o ingenuidad, le dio aire y recursos para irrumpir en la escena. Pero a veces las criaturas creadas terminan devorando a sus creadores.
Milei llegó al poder sin estructura política, sin experiencia de gestión, sin gobernadores ni intendentes propios, y sin un equipo robusto de técnicos o cuadros políticos. Llegó con un discurso, un estilo, su famoso “triángulo de hierro”, algoritmos a construir y la promesa de arrasar con “la casta”. Esa narrativa sedujo a una ciudadanía harta del status quo: políticos exitosos, pueblo empobrecido.
Esto no les gusta a los autoritarios
El ejercicio del periodismo profesional y crítico es un pilar fundamental de la democracia. Por eso molesta a quienes creen ser los dueños de la verdad.
Pero gobernar no es tuitear, ni hacer experimentos de teoría económica. La investidura presidencial exige hacerse responsable: de los funcionarios que se eligen, de las decisiones que se toman, de las promesas que se hacen. Y el tiempo, implacable, termina desnudando la inconsistencia de los personajes.
Milei ha dinamitado uno por uno los puentes que podrían haberle servido para construir gobernabilidad. Se distanció de su vicepresidenta, Victoria Villarruel, a quien relegó, silenció y hasta humilló públicamente. A Patricia Bullrich, si bien la mantuvo en su gabinete, la marginó de decisiones clave, hasta que le exigió una “prueba de amor”: romper con Mauricio Macri y afiliarse a su partido entonces si fue aceptada con rendición incondicional . A Larreta lo insultó desde el primer día. A Macri lo usó cuando le convenía, pero nunca lo integró realmente: para él, ya era un obstáculo a eliminar.
Encuesta: crece la desaprobación al gobierno de Milei y qué impacto tiene en las elecciones legislativas
Nicolás Posse, cayó en desgracia sin explicaciones claras. Guillermo Ferraro, exministro de Infraestructura, fue eyectado tras una supuesta filtración de información interna. Florencia Misrahi, titular de ARCA, duró poco tiempo. Ya van cerca de 150 funcionarios apartados entre jerarquía alta y media en menos de dos años. Quien hoy ocupa la Jefatura de Gabinete, Guillermo Francos, sobrevive más como un gran equilibrista y único operador real.
Referentes económicos como Ricardo López Murphy, Domingo Cavallo, Carlos Rodríguez, Diana Mondino, Darío Epstein y Carlos Melconian fueron despreciados o ignorados. Algunos, simplemente expulsados del círculo por no rendir culto. La lista de exfuncionarios e intelectuales es larga, pero todos coinciden en una misma sensación: con Milei no se puede dialogar.
Con los gobernadores, el trato no es mejor. Los maltrata como si fueran enemigos de una guerra interna. La Liga del Norte —con mandatarios como Claudio Vidal, Ignacio Torres, Martín Llaryora, Maximiliano Pullaro y Carlos Sadir— y esta es solo la punta de playa que se está organizando , hay guiños para ir sumándose en el futuro , Con los intendentes no hay vínculo real: Karina Milei y Sebastián Pareja negocian, a cambio de lugares de poder desproporcionados en territorios ajenos. Con los empresarios, apenas algunas fotos en cenas privadas. Con el sindicalismo, un silencio cómplice e interesado: no por convicción, sino por la amenaza de quitarles las cajas de las obras sociales. No ha estallado, pero la tensión está latente.
El FMI quiere que Javier Milei reflote los fracasados PPP de Mauricio Macri para la obra pública
En el plano internacional, la situación no es más alentadora. Críticas abiertas a distintos mandatarios, elogios a Donald Trump y Jair Bolsonaro, tensiones con Pedro Sánchez, Lula da Silva etc y un desprecio sistemático a organismos multilaterales y a la ONU han ido aislando peligrosamente a la Argentina.
Mientras tanto, la imagen de Milei comienza ligeramente a erosionar . No tanto por las reformas —que muchos aún esperan—, sino por las formas. Por el desprecio al otro, por la incapacidad de construir consensos, por la elección de gobernar con enemigos en lugar de buscar aliados. Por convertir la política en un campo de batalla donde el único objetivo es vencer, no convencer.
Nos acercamos a una elección con reglas desbalanceadas, con recursos del Estado (Anses , PAMI, Yacyretá, YPF etc.) volcados a apuntalar candidatos oficialistas, y con una democracia cada vez más degradada. Se desfinancian instituciones, se persigue a quienes piensan distinto, y se impulsa un relato épico que ya cuesta sostener ,ni con trolls ni con editoriales de amigos mediáticos.
La parábola del PRO indigente
La ciudadanía observa, descree y se agota por eso no fue a votar en elecciones de este año porque ve que los políticos juegan a las guerras culturales y a los egos desbordados, y una parte grande del país se cae día a día (jubilados que no llegan a fin de mes, educación con presupuestos recortados, hospitales colapsados, pymes asfixiadas.etc)
Javier Milei aún está a tiempo de rectificar. Pero para eso tendría que dejar de gritar y empezar a escuchar. Gobernar no es cancelar, ni insultar, ni dinamitar. Gobernar es construir. Y eso, hasta ahora, no aparece.
Como decía Albert Einstein: “La mente es como un paracaídas, solo funciona si se abre”.
ff