Con el fallecimiento del Papa Francisco, el Vaticano se encamina a activar uno de los rituales más formales y secretos del catolicismo: el cónclave. La muerte de un pontífice no solo marca el fin de un liderazgo espiritual, sino que también pone esa enigmática reunión de cardenales que se celebra bajo estricto secreto para elegir al próximo Papa. Con reglas que se han mantenido —aunque adaptadas— desde el siglo XIII, el cónclave sigue siendo uno de los rituales más reservados y cargados de simbolismo de la Iglesia católica.
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El término «cónclave» proviene del latín cum clave, que significa «bajo llave». Su origen se remonta a un episodio de 1270 en la ciudad de Viterbo, cuando los ciudadanos, hartos de la demora de los cardenales en nombrar un nuevo Papa, los encerraron literalmente en una sala para presionarlos. Aunque no fue una solución eficaz —el cónclave duró tres años y fue el más largo de la historia—, sentó un precedente. Años después, en 1274, el Papa Gregorio X institucionalizó la práctica con la Constitución Apostólica Ubi Periculum, que estableció el aislamiento obligatorio de los cardenales durante el proceso de elección.
Desde entonces, este sistema se mantiene vigente, con cambios logísticos pero sin alterar la esencia: la elección de un nuevo líder espiritual en medio de un estricto aislamiento.
Cómo se desarrolla el proceso
El período entre la muerte o renuncia del Papa y la elección de su sucesor se denomina sede vacante o período de transición. Durante esos días, el Colegio Cardenalicio administra la Iglesia, aunque no puede tomar decisiones doctrinales ni de gobierno. Actualmente, Kevin Farrell, asume el mando. Se convierte en «Carmalengo».
El cónclave tiene lugar en la Capilla Sixtina del Vaticano, y solo pueden participar como electores aquellos cardenales que tengan menos de 80 años en el momento de iniciarse la sede vacante. Para esta nueva elección, hay 137 cardenales habilitados para votar entre los más de 240 que integran el colegio.
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Previo al encierro, se celebrarán nueve días de duelo llamados novemdiales, durante los cuales se llevan a cabo los funerales del Papa fallecido (Francisco) y misas conmemorativas. Luego, los cardenales son alojados en la Casa Santa Marta, un edificio mandado a construir por Juan Pablo II, y aislados completamente del mundo exterior: sin teléfonos, acceso a internet o contacto con personas ajenas al proceso.
La elección y las fumatas
Durante las votaciones, los cardenales escriben su elección en papeletas que depositan en una urna especial. Para ser electo, un candidato debe obtener al menos dos tercios de los votos. Se realizan hasta cuatro votaciones por día, dos en la mañana y dos en la tarde. Al finalizar cada ronda, las papeletas se queman: el humo negro que sale de la chimenea indica que no hubo consenso; el blanco, que un nuevo Papa ha sido elegido.
Una vez que un cardenal alcanza la mayoría requerida, se le formula en latín la pregunta: «¿Aceptas tu elección canónica como Sumo Pontífice?». Si responde afirmativamente, se le consulta con qué nombre desea ser llamado. A partir de ese instante, comienza un nuevo pontificado.
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Aunque no es obligatorio que el Papa sea cardenal ni siquiera sacerdote, en la práctica moderna todos han sido cardenales. Solo se requiere ser varón y estar bautizado.
Más allá de la solemnidad, el cónclave ha capturado el interés de la cultura popular. Las intrigas, tensiones y rivalidades que se tejen tras los muros del Vaticano han inspirado numerosas obras de ficción. Una de las más recientes es la película Cónclave, basada en la novela homónima de Robert Harris y galardonada con el Óscar al mejor guion adaptado. El filme, protagonizado por Ralph Fiennes como el cardenal Thomas Lawrence, ofrece una visión dramatizada —pero plausible— de lo que ocurre cuando los guardianes de una de las instituciones más antiguas del mundo se enfrentan a decisiones que definirán el futuro de millones de fieles.
Así, entre tradición, misterio y simbolismo, la Iglesia católica se prepara una vez más para anunciarle al mundo que habemus papam.