Qué pasaba en el mundo el día que falleció el Papa Francisco?

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OPINIÓN

El identitarismo, convertido en dogma de muchos espacios públicos y académicos.

El día que falleció el Papa Francisco, el mundo no se detuvo —pero sí se desnudó. Su partida, este lunes, marcó algo más que el fin del pontificado de un líder espiritual de más de 1.300 millones de personas. Marcó también un símbolo: el silencio de una de las pocas voces globales que aún hablaba con autoridad moral en medio de una época saturada de ruido, polarización y cinismo.

Ese mismo día, los mercados financieros abrían con una mezcla de cautela y nerviosismo: los efectos de la prolongada guerra comercial entre Estados Unidos y China seguían repercutiendo en la economía global. Lo que comenzó como un cruce de aranceles —que afectó a productos por un valor superior a 550 mil millones de dólares entre ambas potencias— ha escalado hacia una confrontación sistémica. La competencia tecnológica, el desacoplamiento de cadenas de suministro estratégicas y las nuevas alianzas geopolíticas están redibujando el mapa del poder global. El FMI, consciente del impacto, ha reducido sus previsiones de crecimiento global para 2025 al 2,8%, y advierte que la fragmentación económica podría costarle al planeta hasta el 12% del PIB mundial en las próximas dos décadas.

Pero ese día no solo hablaron los mercados o las potencias. También se sintió, con más claridad que nunca, el eco de un problema cultural profundo: la desorientación de una civilización que ha empezado a negar sus propias raíces. El identitarismo, convertido en dogma de muchos espacios públicos y académicos, ha sustituido el debate por la consigna, el diálogo por la cancelación. Lo que comenzó como una legítima demanda de reconocimiento ha degenerado, en demasiadas ocasiones, en una lógica de exclusión y enfrentamiento permanente.

En este contexto, el cristianismo —eje medular de la cultura occidental, fuente de su noción de dignidad humana, libertad, compasión y perdón— ha sido reducido a menudo a objeto de burla o desprecio. Mientras otras religiones reciben un trato prudente o reverencial en nombre del respeto intercultural, el cristianismo ha sido arrinconado como si fuera un vestigio incómodo del pasado. Esta paradoja revela no solo una incoherencia cultural, sino una peligrosa pérdida de referentes: se critica con fervor aquello que sirvió de cimiento para los derechos y libertades que hoy se exigen con tanta vehemencia.

Lo que se necesita hoy no es más ideología, sino más sensatez. No más trincheras, sino más puentes. La vuelta al sentido común no significa ignorar las diferencias, sino integrarlas en un proyecto común de sociedad. El día que murió el Papa Francisco, el mundo siguió girando. Pero giró un poco más solo, un poco más huérfano, y tal vez también un poco más necesitado de recordar quién es, de dónde viene y hacia dónde quiere ir.

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